En el correr del tiempo, época marcada principalmente por la disolución de las referencias ideológicas, sociales y políticas, recordaba lo que Heidegger apuntaba como una de las amenazas posibles a lo propio del ser y lo decía de esta manera: “El arraigo del hombre de hoy está amenazado en su ser más íntimo. Aún más: la pérdida del arraigo no viene simplemente causada por las circunstancias externas y el destino, ni tampoco reside sólo en la negligencia y la superficialidad del modo de vida de los hombres. La pérdida de arraigo procede del espíritu de la época en la que a todos nos ha tocado nacer”[1].
En tal sentido, advierte sobre el peligro en que el ser humano provocado por la técnica moderna expulsa no solo lo más íntimo de sí por el efecto de las nuevas máquinas y nuevas tecnologías, sino que la principal amenaza es como, en ese intercambio entre tecnología y sujeto, el objeto técnico modifica la esencia de lo humano. Por otro lado, la voracidad del desarrollo científico y la tecnología de avanzada, al retroalimentarse en un continuo supuesto bienestar del hombre en cuanto a sus necesidades es inacabable, por lo que cada innovación, suplantada en un corto plazo, genera una continua adaptación en la forma en que el sujeto habita el mundo.
La coyuntura de la época-pandemia, Covid-19, muestra también, cómo el discurso sanitario en la transmisión de la información, amenaza lo íntimo del sujeto. Uno de los signos que emerge con mayor resonancia es que el virus afecta la respiración, esta falta de aire, puede en algunos casos apagar la vida, tal como lo expresaba alguien: “como si en un segundo, te desconectaran el cable a la corriente”. A partir de allí el sujeto constituido en un número, es representado dentro de la estadística de casos infectados en el mejor de los casos, o en la categoría de los fallecidos. Cifras sin nombre y sin enunciación de un sujeto.
En forma semejante ocurre desde el lenguaje del sentido común, la mutación del espacio hogar en sede de múltiples actividades, sin corte ni definición del tiempo a causa del confinamiento, tiende a catalogar las conductas bajo un supuesto determinismo. El sujeto convertido en un algoritmo, “todos ahogados y estresados” por no contar con la separación tiempo-espacio, es indicador de agresividad y violencia en la familia, por ejemplo.
Los discursos anteriores atravesados por el objeto tecnológico o bien el sujeto convertido en algoritmo-cifra, clasificado como parte de una categoría, proponen una especie de “asfixia de lo subjetivo”, una amenaza a lo singular, propio de lo humano.
La expresión de una paciente: “algo me oprime desde el interior y me deja sin aire en los pulmones”, fue la puerta de entrada a un tratamiento psicoanalítico. Esta mujer acude en primera instancia a la clínica para descartar posible infestación COVID-19, resultando negativo a la prueba viral. El signo de asfixia como respuesta del cuerpo ante la angustia, velaba la raíz de una problemática emocional en la que indagar el desajuste implicó, desarticular algunas identificaciones en la que el cuerpo, además de hablante, es oyente-lugar desde donde se escucha- y fija inscripciones, marcas en el cuerpo por las cuales esta mujer orientaba su vida sin saberlo.[1]
Desde el discurso Psicoanalítico, la pandemia o cualquier acontecimiento imprevisto pone en evidencia los recursos subjetivos y singulares con los que cuenta cada sujeto para responder al malestar, propio de la cultura. Lo incomprensible, no representable puede arrasar definitivamente con los recursos psíquicos, exacerbando las manifestaciones de angustias produciendo síntomas o puede, en otro sentido, poner en marcha recursos insospechados como tratamiento del real en juego.
Desde esta perspectiva, el psicoanálisis como otro de los discursos, trabaja justamente desde otro lugar, con aquello que asfixia al sujeto en su singularidad, extrae de esa especie de generalización en una identidad “soy anoréxica, alcohólica, ansiosa”, etiqueta por la cual es representada o se representa, la esencia y la enunciación del sujeto en todos esos ropajes lingüísticos que lo rodean y que impiden la implicación subjetiva, obstaculizando la pregunta de lo que le pasa, más allá de la queja. El psicoanalista acoge los malestares respondiendo en forma inédita, por lo que el signo de la asfixia para alguien, no será igual para otro.
[1] Heidegger, Martin., Serenidad, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1989.
[2] Bassols M., El cuerpo hablante. Parlêtre. Ediciones grama. Buenos Aires, 2015.
Excelente e informativo. Nos orienta en cuanto a la postura necesaria par que el trabajo terapéutico puede ir más allá de la gestión de circunstancias concretas.
Gracias por compartir.